PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



lunes, 19 de marzo de 2012

"PALABRAS PARA JULIA"


José Agustín Goytisolo
Un 19 de marzo de 1999 se suicidó el poeta José Agustín Goytisolo. Su infancia quedó marcada cuando su madre murió a causa de un bombardeo franquista en 1938. Él tenía 10 años y su madre dejó de llamarse Julia. Así llamó el poeta a su propia hija y le escribió “Palabras para Julia”. Goytisolo nos enseñó con su muerte que el poeta que se suicida es el único genocida justo.

Palabras para Julia

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre sólo, una mujer
así, tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre, siempre, acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
J.A.G.





domingo, 26 de febrero de 2012

LA LLAVE DE LA PRISIÓN

Dice Vicente Quirarte que un sabio escribió: “Cuando un pueblo cae en la esclavitud y conserva en ella una lengua propia, es como si tuviera la llave de la prisión”. También un pueblo que conserva y genera sus propias alegrías se vuelve libre por la gracia de la fraternidad. Eso demuestra las euforias del carnaval en estos días. De liberación nos cantan Chico y Rubén, respectivamente:







¿Y hemos de llorar porque algún día

sufriremos? Sobre los amantes

da vueltas el sol, y con sus brazos.

Amigos míos de un instante

que ya pasó, regocijémonos

entre risas y guirnaldas muertas.



Aquí las águilas, los tigres,

el corazón prestado; en préstamo

dados el gozo y la amargura;

la muerte, acaso para siempre,

por hacerte vivir; por alegrarte

tengo, entre huesos, triste el alma.



¿Y habremos de sufrir, entonces,

sólo porque un día lloraremos?

Giran los amantes libertados

con la noche en torno. Entre guirnaldas

de un instante, amigos, mientras dura

lo que tuvimos, alegrémonos.



 Rubén Bonifaz Nuño, en El ala del tigre, 1969.


                                              Rubén Bonifaz Nuño, alegre.




martes, 31 de enero de 2012

HUMANIDADES Y HUMANITARISMO




Todos podemos ser tiranos: es fácil y barato en sociedades donde prevalece la impunidad. Si como dicen que el hombre manda al perro, el perro manda al gato, el gato al ratón y el ratón manda a su cola; así también la crueldad se convierte en una cadena que comienza por los fuertes hasta los más débiles y desprotegidos. Casi siempre son, en ese orden, mujeres, niños y animales, y en estos últimos se ceban hasta los débiles. La crueldad animal ha existido siempre, pero ahora se agrava debido al exhibicionismo: a la posibilidad de mostrarla al mundo por medio de las redes de comunicación y con gran impunidad.

   Hace falta o sobra humanidad. Esto depende de la concepción que de humanismo se tenga: el occidental o el de las culturas originarias. Hay una confusión entre las acepciones de humanitarismo y humanidades. Oímos decir todo el tiempo: “Es una persona muy humanista: ayuda mucho a sus semejantes”. Cuando lo que se quiere decir es que ese individuo es humanitario. Aunque son conceptos diferentes uno lleva al otro; siempre y cuando el humanismo sea constructivo.

   Los textos siguientes nos mostraran el verdadero significado de los términos antes dichos. Y así sabremos si nos sobra o hace falta humanidad o sucede lo que dijo un poeta amigo mío “Escasea casi todo: abunda la escasez”.

                                                                                                                  CAM.









El humanismo prehispánico (Fragmento)

Por Rubén Bonifaz Nuño

Al hablar, en general de humanismo, se hace referencia a nociones que encierran valores indudables: realización del ideal del hombre, ideal de la plena realización del hombre en su perfección, consideración del hombre como finalidad de lo existente. Pero estas nociones contienen en sí, asimismo, gérmenes de corrupción capaces de guiar hacia magnos desatinos, la presencia de los cuales parece situarse en el origen de calamitosas situaciones que actualmente padecemos.

   En efecto, la idea occidental de humanismo, al considerar al hombre fin de lo existente, supone que el mundo está hecho para servir al hombre; éste, con esa conciencia, al saberse finalidad última de las cosas, se atribuye la facultad de servirse de ellas, de explotar la realidad en su propio provecho.

   La viciosa comprensión y aceptación cabal de tales ideas, viciosas ellas también acaso en su misma raíz, ha conducido a la humanidad  y su ámbito a las circunstancias lastimosas en que ahora se encuentran.

   Porque el hombre, al concebirse como él único ser digno de tomarse en cuenta,  se ha convertido en el supremo destructor, en algo como una plaga, amenaza máxima de cuanto se aquieta o se mueve en torno suyo.

   Si todo se hizo para servirlo, él se realiza a sí mismo mediante el aprovechamiento desaforado de las cosas, incluyendo entre estas no sólo a las demás especies vivientes, sino en muchas ocasiones a otros hombres, con tal que le sean diferentes en color o en estatura o creencias.

   La expresión “mata y come” de la Escritura, tomada en su literalidad más grosera, se hace ahora consigna para el hombre. Como si para formar o mantener su puesto natural hubiera de dar muerte y devorar a cuanto no es él mismo.

   Y mata así y consume y corrompe cosas y criaturas, igual que si ejerciera un deber monstruoso sin más término que el total acabamiento.

   Sirviéndose de todo, se encuentra ahora próximo al límite final. Porque la muerte causada a su alrededor lo cerca ya inminente, y el matar y el comer se le convierten en actos simultáneos, y él destruye el mundo para convertirlo en alimento de su indolencia, y llega a devorarse y matarse, en su ambición desconsiderada y en su pavorosa insania.

   Ahora bien: es indudable, a lo menos en el minúsculo planeta que habitamos, la función central del hombre como naturaleza privilegiada. Pero lo que hay que definir entre nosotros, ahora con mayor urgencia que nunca, dados sus posibles efectos, son la índole y los necesarios límites que han de fijarse a tal función.

   Con ese objeto, supuesto que somos por sangre y por cultura descendientes de las creaciones de dos formas de espíritu que se enfrentaron en un momento de la historia, nos sería conveniente considerar las concepciones que de lo humano hay en tales dos formas. En honda contradicción las dos, no sé si acaso estén llamadas a conciliarse.

   Esquematizando, podría decirse que en el concepto occidental del hombre y del mundo, éste está destinado a servir a aquél; corrompiendo un principio de posible verdad, ese concepto ha llevado al mundo occidental, del cual hoy formamos parte, a los casos de injusticia y pavorosa inseguridad en que estamos. El hombre, en el centro de las cosas hechas para servirlo, se convierte, a causa de sus debilidades, en una suerte de tragadero insaciable de todo; en busca de su comodidad, satisfaciendo las solicitudes de su pereza, emplea el mundo como instrumento de ésta, aparte de toda otra preocupación. Su dominio se transforma en tiranía que termina por volverse contra sí mismo y por condenarlo al aniquilamiento. En eso se ha convertido la herencia que nos ha llegado del humanismo clásico.

   Pero nosotros, por fortuna, contamos con otra herencia: la de los antepasados indígenas que poblaron este territorio, y allí meditaron y lucharon, hicieron su trabajo, ejercieron su vida.

   Del concepto que tuvieron del hombre y de su situación y relaciones con el mundo; esto es, de lo que con legitimidad pudiera llamarse humanismo, me toca hablar ahora. Para ello, he de recurrir a alguna parte de la muchedumbre de testimonios que de sus obras permanecen. Por una parte, textos escritos, recogidos por los mismos que vinieron a destruirlos: por aquellos que los sucedieron; por los vencidos mismos y sus descendientes, por los portadores de otra lengua y otra religión. Por otra parte, abundancia de objetos plásticos salvados del aniquilamiento y que, como las hierbas que desde abajo descuajan y rompen las piedras en las calzadas y los edificios de las ciudades despobladas, pugnan por sacar ahora a la luz la fuerza de sus verdaderos sentidos, a lo largo y lo ancho de la superficie que hoy llamamos Mesoamérica.

   Y en textos y formas plásticas encontraremos una concepción única y un mensaje que se ofrece a ser descifrarlo. En todos, en unos y en otras, se revela por todas partes la presencia humana central. En aquéllos, con el señalamiento de la historia y las virtudes del hombre; en éstas, con la reproducción multiplicada de su imagen en medio de atributos que en un sentido la superan y en otro requieren de ella. Y esta necesidad que lo que está alrededor de él tiene del hombre, expresada en letras y en formas, es lo que en esencia define la índole del que puede llamarse humanismo prehispánico. Porque el hombre, al comprender la necesidad que de él tiene el mundo, sabe que él está destinado a satisfacerla. Por tanto, sabe que el mundo no está a su servicio; que no es materia explotable, sino motivo de servicio, causa de trabajos solícitos, obligación de colaborar con cuanto considera que está por abajo y por encima de él.

   De esta suerte, el hombre no es tirano, sino sujeto; no es destructor sino edificador de las cosas. No hay límite en la vida humana para los deberes que impone ese servicio. Porque el mayor de ellos consiste en la donación de la misma vida para mantener la existencia universal.

   En resolución: si en la noción occidental el universo está hecho para servir al hombre, en la noción prehispánica el hombre se hizo para servir al universo.

   Esto, aparte de la conciencia que del valor del hombre supone, supone a la vez la conciencia del deber de la mayor humildad. El hombre no puede explotar al mundo; ha de ofrecerse al mundo en cuanto él es, en una actitud solidaria y paciente…

“El humanismo prehispánico” en El humanismo en México en la vísperas del siglo XXI, actas del congreso celebrado del 22 al 25 de abril de 1986, UNAM, México, 1987, pp. 41-55



 

<> Este sujeto practica, en una localidad española, el asesinato de gatos domésticos y lo llama caza deportiva






Fragmento de la Carta del Gran Jefe Seattle  de las tribus duwamish y suquamish, a l presidente de EEUU Franklin Pierce, en 1854.
Soy un hombre salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a un millar de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por un hombre blanco que los abatió desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin las bestias? Si todas fueran exterminadas, el espíritu del hombre también moriría de una gran soledad; porque lo que le ocurra a las bestias también le sucederá al hombre. Todo está unido.

 

                                       
                                     Gran Jefe Seattle al final de su vida

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra con la tierra también ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo está amarrado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, también ocurrirá a los hijos de la tierra.

 

                                  Joven guerrero delaware
   
  
 



A mitad del frío de febrero…


A mitad del frío de febrero,
con una esperanza de viento cálido,
me alcanzó un primer anuncio, un fantasma
de la primavera concupiscente.

Ya de nuevo todas las cosas
habrán de empezar a buscarse
unas a las otras. Vendrán las noches
breves, los latidos bajo la tierra,
y los vegetales brazos, y el agua.

Y también nosotros abriremos
esta soledad, porque nos duele,
y perseguiremos nuestra ventura
a golpes de ciegos enfurecidos.

Qué triste resulta que no sepamos,
solos entre todo, la palabra
capaz de acercar lo que no tenemos.

Es cierto: sin duda se progresa:
apenas se está empezando, y se pueden
armar infiernitos que en una sola
llama precipiten al otro mundo
cuatrocientos mil infelices;
encender lucientes, perfectas máquinas,
o quitar mejor las enfermedades.

¿Pero en dónde está lo que se ha ganado
para estar tranquilos, para vernos,
para conseguir nuestra compañía?

Incompletos somos, mutilados horribles
que nos deshacemos buscando a tientas,
en otros, los miembros que hemos perdido.

En espejos rotos nos reflejamos,
en mustias imágenes fragmentadas,
y por las rendijas del reflejo
escurre, se pierde trágicamente
nuestra vida más preciosa y despierta.

Y es para sentarse a llorar de envidia
ver en torno nuestro las piedras,
la tierra, las plantas, los animales,
armoniosamente se consuman,
se juntan tranquilamente, relucen
de tan firmes, cantan de tan seguros,
mientras nos quebramos nosotros.

Rubén Bonifaz Nuño, de Los demonios y los días, 1956.


Rubén Bonifaz Nuño con guajolotes (esperamos que no haya sido en vísperas navideñas)

martes, 1 de noviembre de 2011

La letanía de la muerte

Muerte es vida, y ambos prodigios son femeninos. Los mexicanos antiguos y modernos somos propensos a lo númenes femeninos: Xochiquetzal-Guadalupe.

La energía creadora es facultad, de por sí, de la feminidad; de ahí la  concepción náhuatl de la muerte como afirmación de vida, las calaveras son símbolo de la eternidad de la vida[1] es por eso que Rubén Bonifaz Nuño (y muchos otros del pueblo: los “pelados”) han hecho de la muerte, también, una entidad creadora que prodiga fecundidad, con esa intención el poeta enumera sus atributos:





* la muy blanca,

la de rostro de azúcar que relumbra

dentro del girasol, la que dispensa

 las banderas atónitas del vino.

 * la extraña goza del carisma

 sensual de hablar como entre sueños.

* puente del día, canto, palomita

 de hielo vertebral que en su camino

yergue los pelos de mi carne,

y vuelta en bocas se aguirnalda.

* Acostada y reciente, clara

de ensangrentados muslos, se recrea

-gozo fatídico- la madre

 y esposa y viuda de los hombres

siempre recién preñada;

* parturienta joven, purísima, mi muerte.

* Aquí la joven reina encinta;

*porque reina la joven, la gozosa,

La embarazada siempre, la del ojo

Salvaje: silla de oro, cetro

de hueso incandescente, mi señora.[2]   







Estos son dos de los poemas que harían las delicias de muchos devotos:



El principio

ORDEN de luz en la casa vacía

ha puesto la extranjera, la muy blanca,

la de rostro de azúcar que relumbra

dentro del girasol, la que dispensa

las banderas atónitas del vino.



Y me es dada, por fin, entre la muerte

y la pared, de pronto, una parcela

firme en aguas oscuras; y de pronto,

ya con la muerte al cuello, me descuelgan.



Pues uno es indio al fin, y si uno sabe,

si uno escucha el dolor como se escucha,

cuando la noche se detiene,

la oscuridad lloviendo en los maizales.



Si uno construye sólo de por mientras,

si hay algo cierto, si nos encontramos, 

¿de qué te quejas, alma?



-Ebria mi casa, incuba entre los muros

el retroactivo sol de la alegría,

la flor girante que me ahoga

cuando pueblas contigo mi ventana-.

Alma, ¿de qué te quejas? Poseído

del temor de dormirme, estoy despierto,

mientras la extraña goza del carisma

sensual de hablar como entre sueños.



Indultado en la víspera, la miro

sin que me mire ahora.

                                        Apaciguado

junto al cordero pace el tigre

en el campo de leche. Ella sonríe

de sed y de saciada, y un relámpago

apaga, frío, su garganta

sobre la fuente germinal. Y suben

los clarines crismáticos del valle.









Coronación



Tramoya azul de plumas entre escamas

Y de fauces alígeras, dispone,

encumbrando los cerros, la creciente

roja del valle. Y brinca

mi corazón en giros, dando vueltas

me salta el corazón, el enjaulado.



Puente del día, canto, palomita

de hielo vertebral que en su camino

yergue los pelos de mi carne,

y vuelta en bocas se aguirnalda.



Acostada y reciente, clara

de ensangretados muslos, se recrea

-gozo fatídico- la madre

y esposa y viuda de los hombres

siempre recién preñada; parturienta

joven purísima, mi muerte.



Ya en la mañana de hoy, y ya engendrado

en la línea de fuego compartido,

pobreza enriquecida soy, humilde

cocimiento y azúcar humildísima

en jarro de alquiler acrisolada.

Y ella, que goza mi placer, me envuelve

en su almendra florida, y me asegura,

y ami placer me llevo por su gusto.



Aquí la joven reina en cinta;

su cabeza en mi brazo, y el sagrado

conocimiento de su cuerpo;

amoratadas piernas, dientes pálidos,

y el parto: la bandera y el guerrero,

con el pie vencedor, de la mañana.



Mientras un golpe de campanas

de pascua, a hendidos rumbos incorpora

su plumaje sonoro y enjoyado.



Porque reina la joven, la gozosa,

la embarazada siempre, la del ojo

salvaje: silla de oro, cetro

de hueso incandescente, mi señora.

 
 
Tito Monterroso, Andrés Henestrosa,  Henrique González Casanova y Bonifaz con una mano en la cintura: el único sobreviviente.
 
 
 
 
“Me quitó la vista, que es lo fundamental; me quitó el oído, que puede remediarse a medias; me quitó las fuerzas de las piernas. Lo que quisiera es que la muerte ya no me quitara más cosas: que me matara de repente”
 


[1] “Siendo el sacrificio la forma de divinizar al hombre, al convertirlo en preservador del dios concediéndole así la eternidad de la vida, y considerando que la calavera era una forma de representar dicha eternidad, se explica que el rostro de Itzpapálotl se represente con la mandíbula descarnada; esto es, como partícipe de la calavera humana, relacionándola así con el sacrificio”. En Rubén BONIFAZ NUÑO, Cosmogonía antigua mexicana,  p. 112
[2] Rubén BONIFAZ NUÑO, De otro modo lo mismo, p. 289