Todo paisaje inmenso nos
exige perspectiva. Hay que alejarse de un mural para mirarlo y subir muy alto
para apreciar a los poblados. Lhasa de Sela así miró a la música popular
mexicana. Logró decantar su esencia en su expresión, en su voz y sus gestos.
En México no la vimos; ella
nos era invisible. Su camuflage fue nuestro propio chovinismo. Somos reacios a
aceptar que alguien no nativo y expatriado pueda expresarnos y aproximarse una
milésima a José Alfredo.
Fue errante como todo
mexicano que se exilia de la patria ¿Qué buscaban esas niñas, Lhasa, sus
hermanitas y sus padres en su vida ambulante? Identidad.
Hoy se cumplen tres años de
su muerte: Lhasa tendría hoy 39 años si el cáncer se lo hubiera permitido
Invirtamos la perspectiva y
veámonos en ella, en su música. Seamos el mural o el paisaje que se distancia
del observador. Lhasa nos ahorró la fatiga de alejarnos y la tristeza de
ascender a las montañas para ver nuestras ciudades y su música derruirse.
Mayo de 2009, siete meses antes de morir