PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



martes, 1 de noviembre de 2011

La letanía de la muerte

Muerte es vida, y ambos prodigios son femeninos. Los mexicanos antiguos y modernos somos propensos a lo númenes femeninos: Xochiquetzal-Guadalupe.

La energía creadora es facultad, de por sí, de la feminidad; de ahí la  concepción náhuatl de la muerte como afirmación de vida, las calaveras son símbolo de la eternidad de la vida[1] es por eso que Rubén Bonifaz Nuño (y muchos otros del pueblo: los “pelados”) han hecho de la muerte, también, una entidad creadora que prodiga fecundidad, con esa intención el poeta enumera sus atributos:





* la muy blanca,

la de rostro de azúcar que relumbra

dentro del girasol, la que dispensa

 las banderas atónitas del vino.

 * la extraña goza del carisma

 sensual de hablar como entre sueños.

* puente del día, canto, palomita

 de hielo vertebral que en su camino

yergue los pelos de mi carne,

y vuelta en bocas se aguirnalda.

* Acostada y reciente, clara

de ensangrentados muslos, se recrea

-gozo fatídico- la madre

 y esposa y viuda de los hombres

siempre recién preñada;

* parturienta joven, purísima, mi muerte.

* Aquí la joven reina encinta;

*porque reina la joven, la gozosa,

La embarazada siempre, la del ojo

Salvaje: silla de oro, cetro

de hueso incandescente, mi señora.[2]   







Estos son dos de los poemas que harían las delicias de muchos devotos:



El principio

ORDEN de luz en la casa vacía

ha puesto la extranjera, la muy blanca,

la de rostro de azúcar que relumbra

dentro del girasol, la que dispensa

las banderas atónitas del vino.



Y me es dada, por fin, entre la muerte

y la pared, de pronto, una parcela

firme en aguas oscuras; y de pronto,

ya con la muerte al cuello, me descuelgan.



Pues uno es indio al fin, y si uno sabe,

si uno escucha el dolor como se escucha,

cuando la noche se detiene,

la oscuridad lloviendo en los maizales.



Si uno construye sólo de por mientras,

si hay algo cierto, si nos encontramos, 

¿de qué te quejas, alma?



-Ebria mi casa, incuba entre los muros

el retroactivo sol de la alegría,

la flor girante que me ahoga

cuando pueblas contigo mi ventana-.

Alma, ¿de qué te quejas? Poseído

del temor de dormirme, estoy despierto,

mientras la extraña goza del carisma

sensual de hablar como entre sueños.



Indultado en la víspera, la miro

sin que me mire ahora.

                                        Apaciguado

junto al cordero pace el tigre

en el campo de leche. Ella sonríe

de sed y de saciada, y un relámpago

apaga, frío, su garganta

sobre la fuente germinal. Y suben

los clarines crismáticos del valle.









Coronación



Tramoya azul de plumas entre escamas

Y de fauces alígeras, dispone,

encumbrando los cerros, la creciente

roja del valle. Y brinca

mi corazón en giros, dando vueltas

me salta el corazón, el enjaulado.



Puente del día, canto, palomita

de hielo vertebral que en su camino

yergue los pelos de mi carne,

y vuelta en bocas se aguirnalda.



Acostada y reciente, clara

de ensangretados muslos, se recrea

-gozo fatídico- la madre

y esposa y viuda de los hombres

siempre recién preñada; parturienta

joven purísima, mi muerte.



Ya en la mañana de hoy, y ya engendrado

en la línea de fuego compartido,

pobreza enriquecida soy, humilde

cocimiento y azúcar humildísima

en jarro de alquiler acrisolada.

Y ella, que goza mi placer, me envuelve

en su almendra florida, y me asegura,

y ami placer me llevo por su gusto.



Aquí la joven reina en cinta;

su cabeza en mi brazo, y el sagrado

conocimiento de su cuerpo;

amoratadas piernas, dientes pálidos,

y el parto: la bandera y el guerrero,

con el pie vencedor, de la mañana.



Mientras un golpe de campanas

de pascua, a hendidos rumbos incorpora

su plumaje sonoro y enjoyado.



Porque reina la joven, la gozosa,

la embarazada siempre, la del ojo

salvaje: silla de oro, cetro

de hueso incandescente, mi señora.

 
 
Tito Monterroso, Andrés Henestrosa,  Henrique González Casanova y Bonifaz con una mano en la cintura: el único sobreviviente.
 
 
 
 
“Me quitó la vista, que es lo fundamental; me quitó el oído, que puede remediarse a medias; me quitó las fuerzas de las piernas. Lo que quisiera es que la muerte ya no me quitara más cosas: que me matara de repente”
 


[1] “Siendo el sacrificio la forma de divinizar al hombre, al convertirlo en preservador del dios concediéndole así la eternidad de la vida, y considerando que la calavera era una forma de representar dicha eternidad, se explica que el rostro de Itzpapálotl se represente con la mandíbula descarnada; esto es, como partícipe de la calavera humana, relacionándola así con el sacrificio”. En Rubén BONIFAZ NUÑO, Cosmogonía antigua mexicana,  p. 112
[2] Rubén BONIFAZ NUÑO, De otro modo lo mismo, p. 289

viernes, 7 de octubre de 2011

La vida tiene siempre la palabra

                                  RBN en diciembre del 1982


Es 1982, Bonifaz cuenta con 59 años y dos de sus jóvenes amigos: Carlos Montemayor de 35 años y Sandro Cohen de 29 lo escuchan, como en una sobremesa, analizar el poema de Carlos. En la tarde de ese verano la voluntad y tarea de Rubén –como sus muchachos lo llaman- se hace presente: la de educar, la habilidad de iluminar con humildad la labor de los otros y hacer que surja la fraternidad. Esa gran labor de sembrar en los jóvenes la conciencia de sus necesidades.
Aquel ciclo de conferencias se llamó Poetas críticos-Críticos poetas y participaron, en diferentes momentos, Sandro Cohen, José Ángel Fernández, Carlos Montemayor, Eduardo Pérez Correa, Tomás Segovia y Ricardo Yánez.
En esta mesa participaron los tres: Bonifaz, Cohen y Montemayor. Ya en 1969 dio al muchachito Carlos, de 22 años, sus mayores lecciones sobre poesía (http://www.jornada.unam.mx/2002/09/08/05aa1cul.php?origen=index.html), de la misma manera que a él, también a sus 22 años se las dio Gabriel Méndez Plancarte en 1945 (http://www.jornada.unam.mx/2007/09/02/sem-ruben.html). Vale la pena escuchar (o leer) como un poeta fundado en la humildad toma de la mano al más joven y le acontece como al mismo Rubén con Ovidio: “A mí, a lo menos, me ha revelado profundas verdades de la naturaleza del alma, y me enriquecido con bienes que apenas había sospechado, pero que quise esperar siempre”.


Bonifaz con Montemayor a su derecha.


Sandro Cohen a sus 29 años

MEMORIA DE LAS ESTACIONES
de Carlos Montemayor

La hiedra avanza en el corazón de cada día,
no regresa a lo que fue o pudo ser,
no corta sus hojas creyendo que ya no están
porque ayer cubrieran el muro.
La vida en la tierra es la estación que vuelve.
Es mentira que las cosas pasen, desaparezcan.
Hay estaciones en que nos toca añorar lo que no fuimos,
o estaciones en que permanecemos a solas
y buscamos a ciegas entre vestigios lo que los ciegos codician.
Somos una oscura hiedra, una invisible hiedra ascendiendo
por un muro de oro, de luz,
tras el cual la vida vive sus estaciones,
sin saber que abajo de nosotros sigue prendido a ese muro
el cuerpo que amamos, los árboles que nos cobijaron,
la tierra y las piedras y las colinas que distantes permanecieron,
como soles cayendo sobre nosotros,
ocultándose en nosotros y cada vez naciendo.
Extiendo mi brazo y toco la tierra caliente de una tarde
o abro la ventana hacia los más lejanos veranos:
ahí estoy, sucio todavía del polvo de las estaciones.
Por esa invisible hiedra asciende
la luz, la estación de la nada,
un río sin palabras que moja los sueños,
una tierra sólo pisada por árboles y viento caliente de veranos.
Una hoja seca es la tarde en que me asomé
con mi madre a una ventana;
otra, el otoño entre los nogales que se vareaban en la huerta,
con un ruido de muchas voces, de muchas ciudades,
o la primavera en que las noches caían luminosas
como si fueran días perdidos.
Todo aguarda la voz de la estación a la que pertenece.
Sólo nosotros creemos en el pasado.
Es mentira que las cosas pasen, desaparezcan.
No ha muerto mi madre, no ha muerto mi hermano:
es el canto de las estaciones, es nuestro canto.
Juntemos los días, las noches, las fogatas de la infancia y la vejez;
los cantos de juegos y los cantos tristes,
los labios y las frentes y los cuerpos,
como recuerdos que nacen entre escombros de cuerpos,
como otoños que nacen entre escombros de veranos;
juntemos el agua de las lluvias que nos han mojado,
las noches y los amores que las han iluminado
(no porque no estemos juntos, amor, no estamos juntos)
seamos el canto de las estaciones que vuelven,
de las estaciones que se abren para que todas las muertes vivan,
para que todas las vidas hablen.

                                                          Carlos Montemayor


MEMORIA DE LAS ESTACIONES: ANÁLISIS DE RUBÉN BONIFAZ  NUÑO

Para mí este es un poema de instantes, de cosas, de seres, sólo de una manera relativa. Para mí este es un poema de tiempo. Veo un tiempo cíclico propuesto como la única salvación para el hombre. Voy a tratar de explicar esto yendo con cierto cuidado. Voy a tener que leer otra vez el poema de Carlos:

Memoria de las estaciones

La hiedra avanza en el corazón de cada día,
no regresa a lo que fue o pudo ser,
no corta sus hojas creyendo que ya no están
porque ayer cubrieran el muro.

La hiedra, símbolo en su crecimiento pausado de la dimensión temporal de la vida: el corazón de cada día, así, viene a ser la médula misma del tiempo, que según la opinión común pasa sin regreso: no regresa a lo que fue o pudo ser. La hiedra: la vida, sin embargo se mantiene viva; no se da la muerte a sí misma precisamente  porque equivocadamente siente que ha muerto, que si sus hojas vivieron ayer ya no pueden existir hoy, y después de esa afirmación falsa, viene la afirmación fundamental que define el error de la primera y da el sentido general al poema. El error es pensar que no hay regreso a lo que fue o pudo ser. Ahora se dice con certeza:

La vida en la tierra es la estación que vuelve.
Es mentira que las cosas pasen, desaparezcan.

Así es que hay un retorno infinito de las cosas que vuelven como las estaciones del año. La vida añora a veces lo que no fue; solitaria busca en sus propias huellas la luz que tiene sin saberlo. Versos 10, 17, ahora dice:

Somos una oscura hiedra, una invisible hiedra ascendiendo
por un muro de oro, de luz,
tras el cual la vida vive sus estaciones, […]

Entonces el campo general planteado en los primeros versos ahora se reduce. Ya no es toda esa, digamos, hiedra-vida, en abstracto, creciendo en un ámbito temporal. Ahora somos nosotros cuantos vivimos, somos esa conciencia de participación en la vida, somos pues una “oscura hiedra”, es decir: una invisibles hiedra, y los adjetivos “oscura” e “invisible” nos llevan de la mano a lo que sigue… donde dice… esto de que buscamos a ciegas entre vestigios lo que los ciegos codician; lo que los ciegos codician, sin duda alguna es la luz y en seguida se dice lo absurdo de esa búsqueda, porque estamos buscando lo que tenemos inmediato a nosotros:

Somos una oscura hiedra, una invisible hiedra ascendiendo
por un muro de oro, de luz, […]

Es decir, vamos ascendiendo precisamente gracias a aquello que estamos buscando, encima de lo que estamos buscando. Entonces esa búsqueda absurda se dirige hacia objetos en tiempos imposibles, porque está buscando en el pasado. Está buscando en vestigios, siendo que tal objeto es inmediato y presente. La hiedra asciende en ese muro de luz, y tras esa luz -que es como una cortina de iluminaciones- se desenvuelve la vida en sus cielos perfectos. La vida sigue sus estaciones, sin embargo nosotros: esa hiedra ciega, ignoramos  que es falso que haya vestigios, que los vestigios son las cosas mismas, que el muro de la luz mantiene eternamente lo que amamos, lo que nos protegió, lo que nos rodeó, todo en perpetuo renacimiento, ocultándose en nosotros y cada vez naciendo.
   Creo que voy en lo que dices, ¿verdad?

Versos 18, 20:

Extiendo mi brazo y toco la tierra caliente de una tarde
o abro la ventana hacia los más lejanos veranos:
ahí estoy, sucio todavía del polvo de las estaciones.

Ahora empezamos el poema con una afirmación general. Después la concretamos en un nosotros y ahora se concreta más todavía, porque ya no es la afirmación general de la afirmación general de la existencia de la hiedra-vida, tampoco el nosotros que somos esa hiedra: ahora es el hombre individual con su carga de experiencias cotidianas, con su infancia y su adolescencia y su juventud a cuestas, como un traje empolvado durante un largo recorrido. Es el propio poeta que se recuerda y se mira y esa mirada y esa memoria lo llevan a instantes en que la proximidad y la lejanía se muestran como realidades evidentes que en él coexisten. Así, con sólo extender el brazo puede tocar la tierra cercana o puede abrir la ventana hacia horizontes vastísimos de tiempo y en el mismo se incorpora así a ese ciclo de estaciones que gira sobre sí mismo.

Versos 21, 23:

Por esa invisible hiedra asciende
la luz, la estación de la nada,
un río sin palabras que moja los sueños,
una tierra sólo pisada por árboles y viento caliente de veranos.

Vuelve a abrirse la visión y vamos al principio general: la hiedra que avanza, la hiedra que somos, el muro luminoso que nos sustenta, paralelamente el río mudo de los sueños, la tierra: sus árboles, sus veranos y la visión de de los árboles terrestres lleva a las de sus hojas; porque dice el poema:

Una hoja seca es la tarde en que me asomé
con mi madre a una ventana;
otra, el otoño entre los nogales que se vareaban en la huerta,
con un ruido de muchas voces, de muchas ciudades,
o la primavera en que las noches caían luminosas
como si fueran días perdidos.

Entonces vemos las hojas. Así como los veranos conducen a un otoño individual y los instantes del poeta se identifican con esas hojas que se secan y caen: una hoja es el instante en que el poeta y su madre se asomaron a una ventana, otra, la visión concretísima de hacer caer las nueces del nogal golpeando sus ramas con una vara, y otra más: la visión ampliada de voces y de ciudades y de nuevas primaveras que retornan como días que se creyeron pasados para siempre. Y luego viene otra recordación de lo que al principio se dijo, y ahora se aclara en definitiva que eso estaba equivocado, que no es verdad que no se regrese a lo que fue; porque dice el poema que “Todo aguarda la voz de la estación a la que pertenece”, que sólo nosotros creemos que las cosas pasan.

Después de hablar del tiempo de nosotros y de afirmar que es mentira que las cosas desaparezcan, vuelve a hablar el hombre individual, el poeta, y aplica a su propia experiencia los conocimientos generales: si las cosas no pasan ni desaparecen, nada de lo suyo ha muerto: todo está esperando el retorno de su estación para renacer. Ni la madre ni el hermano están muertos; están allí: vivos como una nota en el canto de las estaciones que es el nuestro, y ya con ese conocimiento el poeta hace una exhortación a que todos lo compartamos: todo existe en vida; días y noches no son más que pasos que retornan; la infancia y la vejez, como fogatas isleñas, se anuncian una a la otra en retornos interminables, y así también la alegría y la tristeza, los cuerpos gozados que se renuevan, los otoños que surgen de veranos pasados, cuyo regreso anuncian con su misma presencia, y la lluvia y el amor y la ausencia que sólo es el anuncio de un encuentro nuevo, y la exhortación concluye gozosa: seamos el canto de la estaciones en ese cielo eterno en que la muerte no existe; en que la vida tiene siempre la palabra.

Ahora, alguna cosa técnica. Esa concepción del tiempo como un retorno cíclico tiene que expresarse de alguna manera. Tiene que dar la sensación de un retorno ineludible de cosas; aparte de la exposición circular que he tratado de exponer con lo que he dicho hasta ahora, hay una serie de recursos de estilo destinados a hacerla evidente. Ahora sólo menciono uno que es el más fácilmente advertible: la repetición de expresiones o palabras que van reiterándose en cadena cerrada para sugerir ese movimiento eterno. La principal de esas palabras es “estaciones”. Aparece por primera vez en el verso cinco, y luego en el siete, el trece, el veinte, el treinta y uno, el treinta y cinco, el cuarenta y cuatro, el cuarenta y cinco, en todos ellos señalando con su significado los regresos universales, y reforzando e individualizando ese significado con sensaciones y asociaciones concretas: los veranos, los otoños, la primavera y sus efectos evidentes, las lluvias, las noches claras. Y con las estaciones vienen los días y las noches, la vejez, la infancia, el amor, los escombros y los renacimientos. Y la esperanza de la vida trae la certeza de la vida compartible y eterna.

Eso es lo que vería yo en el poema de Montemayor.

Rubén Bonifaz Nuño
Martes 7 de septiembre de 1982.



                                                       Bonifaz a sus 22 años







viernes, 12 de agosto de 2011

Grandes Señores

Dice Rubén Bonifaz Nuño:

Hay, en nuestra historia antigua, un episodio al que en diversas ocasiones me he referido, y que ahora también me complace traer a la memoria:
   Es el asedio de Tenochtitlan. Famélicos, aquellos indios resisten la embestida de la traición y de la técnica bélica europea.
   Agrupados a la orilla de un canal, miran ellos a los españoles que se agrupan en la orilla opuesta. Entre estos aparece Hernán Cortés, quien les grita: “Quiero hablar con uno de vuestros grandes señores”. Algunos de nosotros le responde: “Puedes hablar con quien quieras, aquí todos somos grandes señores”.

Esta imágen del siglo XIX es la más apegada a la descripción que existe de Cuauhtémoc. Se cree que está basada en una mucho más antigua.
La escultura del Zócalo está basada en este retrato.




El 13 de agosto del presente año se cumplen 490 años de la caída de Tenochtitlan: aquella que inspiró estas palabras:

Desde donde se posan las águilas,
desde donde se yerguen los jaguares,
el Sol es invocado.
Como un escudo que baja,
así se va poniendo el sol.
En México está cayendo la noche,
la guerra merodea por todas partes,
¡Oh Dador de la vida!,
se acerca la guerra.
Orgullosa de sí misma
se levanta la cuidad de México-Tenochtitlan.
Aquí nadie teme la muerte en la guerra.
Ésta es nuestra gloria.
Éste es tu mandato.
¡Oh Dador de la vida!
Ténedlo presente, oh príncipes,
no lo olvidéis.
¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlan?
¿Quién podrá conmover los cimientos del cielo...?
Con nuestras flechas,
Con nuestros escudos,
está existiendo la ciudad
¡México-Tenochtitlan subsiste!
En Cantares Méxicanos.




Sucedió el día ce acatl de la veintena Tlaxochimaco del año yei Calli de los mexica, y martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito de los españoles.  Tanto orgullo fue despedazado por aquella derrota cósmica: no sólo se venció una ciudad, si no también una lengua, una manera de ver el cosmos y entenderse dentro de él. De consecuencias tan grandes que aún hoy están presentes: en el México actual, en su sociedad, no hay nada más vulnerable que ser mujer, ser pobre y ser indígena. Y de aquel orgullo y grandeza se pasó a la indigencia:


Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
En Cantares Mexicanos (Colección de Cantares Mexicanos), Ms. Del siglo XVI conservado en la Biblioteca Nacional de México, en La visión de los vencidos, UNAM, 1959, p. 193



                                        Imágenes de aperreamiento



En la literatura mexicana, dos poemas más retratan el orgullo y desgracia de aquella ciudad que yace sepultada y siempre en actitud de venganza:

Como rumor de muchedumbre, o ruido
de torrentes huyendo, se construye,
sobre el silencio del durmiente,
el silencio de afuera: el que levantan
los dispuestos es cerco, los que miran
despertando sus armas en tu contra.

Herencia mía, mi plegaria,
hembra fundada en extensiones
hostiles, respirando entre insidiosos
oleajes de ahogo, desarmada.

Ciudad encomendad a mi vigilia,
a salvo junto a mí, con su riqueza
de cuerpos maternales, y de enfermos
tiernamente guardados,
y de suntuosas luces coronadas
y de manos de huérfanos en sueños.

Voy y vengo delante
de ti, sobre mis pasos, en tu orilla,
cómplice de tu cuerpo silencioso;
soy, en tus bordes, atalaya
que te cubre de lejos; voz velando,
llamando, trasmitiendo
su noticia nocturna
de centinela sobre el muro.

No para ti los perros de la furia
ni los enrojecidos
humeantes jinetes al asalto;
no la puerta rajada, ni el relámpago
de la espada en la alcoba,
ni el temblor de las sábanas terribles
bajo la violación, ni los gemidos.

Aquí velo, aquí estoy, aquí me aguanto
mi corazón. Clavado a la mirada
mía, y a mis pasos,                                    
y al grito de mi boca, y a mi oreja.
Rubén Bonifaz Nuño, poema 10 de Fuego de Pobres.




Es asombroso leer como Bonifaz rescata la idiosincrasia de los antiguos mexicanos. Hace presente la humanización de la ciudad para representar su relación con sus habitantes. En el libro sexto del Códice Florentino se lee:

… Oc cuel achica, oc cuel tehual tonpilahuiltiz, toncozolhuihuix, oc tehual mometzpan momacochco tocontlatlalitiez in atl in tepetl, oc te cuel achica, achica toconahuiltiz tocontlahuitehuitequiliz…

En traducción de, el nunca suficientemente extrañado, Salvador Díaz Cíntora dice:

… Mimaras como aun niño, mecerás en la cuna, colocarás a la ciudad sobre tus piernas, sobre tus brazos, la mimarás, la acariciarás por algún tiempo…
  

Salvador Díaz Cíntora, 1934 - 2004. Ha sido el más grande nahuatlato después de Fray Bernardino de Sahagún.

En el mismo libro Fuego de pobres, aparece el otro poema que retrata la situación universal y recurrente de las plazas de la Ciudad de México bajo la masacre:

Hervor de calles; desembocadura
de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero. 

Como hierba de gritos, como en humo
lumbrarada de pelos espantados;
como chubasco tupidísimo
y turbio, en ascensión. Así llegaba. 

Y alégrate si nadie, en esta plaza,
si nadie, de tan juntos y de tantos,
puede caer; si nadie puede
ser abatido; si no puede ninguno
dejar su sitio sin morirse.
Cada uno en el centro,
en medio cada uno, circundados. 

Nace la gloria para ti, mi hermano;
mi muy reverenciado, mi sin dicha,
mi desgraciado pobre, mi vecino;
mi, como yo, despierto. 

Mira: el sin tregua, el desterrado
con injusticia, y el que canta,
mi hermano de tu hermano, y el hambriento
y la sed que aumentó de puerta en puerta;
y vienen con nosotros el inválido,
y el muerto a solas, y el sin nada. 

La gente de este lado, que ha salido
de quemados olivos todo el año;
de carnívoras cruces que alimenta
el gran poder de la traición; de niños
abortados surgiendo;
de mujeres para siempre olvidadas.

Desde el cogollo del dolor, humea
la libertad ensangrentada.
                                                   Mira
que fauces de león se descoyuntan;
que ya la fiesta del alumbramiento
aúlla y rinde frutos,
y el profeta en su tierra,
de innumerables bocas coronado,
resuena, y las banderas gimen,
y las hondas volando y empedradas. 

Y el milagro del horno y de la harina
se acerca, y los ejércitos inmóviles
con la resurrección, y las trompetas
de los finales pájaros terrestres.
Rubén Bonifaz Nuño, poema 33 de Fuego de Pobres.




También en el libro sexto del Códice Florentino hay una forma de premonición de la desgracia que caería sobre Tenochtitlan:

… ¿Cuix te mopan teutl qualoz, cuix te mopan tlalloliniz, cuix te mopan mamamaniz  in atl in tepetl, cuix te mopan ahuic tlatlachialtiloz, cuix tehuatl tiquittaz, cuix  te timahuizoz, cuix  te mopan oliniz in mitl in chimalli, cuix cacalihuaz, cuix yaoyahualoloz in atl in tepetl , cuix cuecuetzaloz huihuiyotzaloz, auh cactimaniz, yohuatimaniz in atl in tepetl, cuix inencahuian momantiquizaz?
   ¿Auh cuix aztatiloz mecaxicoltiloz, cuix tecamapacaz, cuix tematequiz, auh cuix noc huallaz in quahuitl in tetl, cuix ixpolihuiz in cuitlapilli in atlapalli, cuix inencuahuian momantiquizaz in atl in tepetl?

Y Salvador Díaz Cíntora nos lo entrega:

… ¿Será comido el dios en tu tiempo, temblará la tierra, habrá inquietud en la ciudad, no se sabrá a dónde volver la vista, verás acaso con espanto, se moverá sobre ti la flecha y el escudo, lloverán los dardos, se cerrará la guerra en torno a la ciudad, la verás espantado desplomarse, deshacerse, acaso estremecerse, agitarse y quedar luego desierta y oscura, hecha lugar de desolación?
   ¿Vendrá acaso la servidumbre, habrá que lavarle la boca a otro, que verter agua en las manos de otro? ¿Vendrá acaso todavía el palo y la piedra, vendrá a extenderse la enfermedad, el hambre, se dispersarán, se acabarán los vasallos, los súbditos, quedará hecha un sitio desolado la ciudad?

Terminemos con Bonifaz que dice:

"No podemos los mexicanos contemplar como herencia aquello que vino a destruirnos; nos es preciso ganarlo como presa. Si la cultura occidental, y con ellas las otras, ha de pertenecernos, será porque habremos tenido la fuerza de armas requerida para hacerla nuestra; el poder viril necesario para derrotar nuestras antiguas derrotas".




"Estamos en México, urgidos por terribles necesidades; víctimas de la injusticia social, de la explotación, del oprobio de perversas formas de coloniaje. Pienso que todo eso dejará su lugar a la libertad y a la soberanía efectivas, cuando se nos eduque para poder decir, desde lo profundo y sin mentira, esas cinco palabras:
'Aquí todos somos grandes señores'".

Dicho en su Conferencia Inaugural del Ciclo Los pueblos Indígenas y el Estado Mexicano, en la Facultad de Derecho de la UNAM el 7 de noviembre de 1994.