Muerte es vida, y ambos prodigios son femeninos. Los mexicanos antiguos y modernos somos propensos a lo númenes femeninos: Xochiquetzal-Guadalupe.
La energía creadora es facultad, de por sí, de la feminidad; de ahí la concepción náhuatl de la muerte como afirmación de vida, las calaveras son símbolo de la eternidad de la vida[1] es por eso que Rubén Bonifaz Nuño (y muchos otros del pueblo: los “pelados”) han hecho de la muerte, también, una entidad creadora que prodiga fecundidad, con esa intención el poeta enumera sus atributos:
* la muy blanca,
la de rostro de azúcar que relumbra
dentro del girasol, la que dispensa
las banderas atónitas del vino.
* la extraña goza del carisma
sensual de hablar como entre sueños.
* puente del día, canto, palomita
de hielo vertebral que en su camino
yergue los pelos de mi carne,
y vuelta en bocas se aguirnalda.
* Acostada y reciente, clara
de ensangrentados muslos, se recrea
-gozo fatídico- la madre
y esposa y viuda de los hombres
siempre recién preñada;
* parturienta joven, purísima, mi muerte.
* Aquí la joven reina encinta;
*porque reina la joven, la gozosa,
La embarazada siempre, la del ojo
Salvaje: silla de oro, cetro
Estos son dos de los poemas que harían las delicias de muchos devotos:
El principio
ORDEN de luz en la casa vacía
ha puesto la extranjera, la muy blanca,
la de rostro de azúcar que relumbra
dentro del girasol, la que dispensa
las banderas atónitas del vino.
Y me es dada, por fin, entre la muerte
y la pared, de pronto, una parcela
firme en aguas oscuras; y de pronto,
ya con la muerte al cuello, me descuelgan.
Pues uno es indio al fin, y si uno sabe,
si uno escucha el dolor como se escucha,
cuando la noche se detiene,
la oscuridad lloviendo en los maizales.
Si uno construye sólo de por mientras,
si hay algo cierto, si nos encontramos,
¿de qué te quejas, alma?
-Ebria mi casa, incuba entre los muros
el retroactivo sol de la alegría,
la flor girante que me ahoga
cuando pueblas contigo mi ventana-.
Alma, ¿de qué te quejas? Poseído
del temor de dormirme, estoy despierto,
mientras la extraña goza del carisma
sensual de hablar como entre sueños.
Indultado en la víspera, la miro
sin que me mire ahora.
Apaciguado
junto al cordero pace el tigre
en el campo de leche. Ella sonríe
de sed y de saciada, y un relámpago
apaga, frío, su garganta
sobre la fuente germinal. Y suben
los clarines crismáticos del valle.
Coronación
Tramoya azul de plumas entre escamas
Y de fauces alígeras, dispone,
encumbrando los cerros, la creciente
roja del valle. Y brinca
mi corazón en giros, dando vueltas
me salta el corazón, el enjaulado.
Puente del día, canto, palomita
de hielo vertebral que en su camino
yergue los pelos de mi carne,
y vuelta en bocas se aguirnalda.
Acostada y reciente, clara
de ensangretados muslos, se recrea
-gozo fatídico- la madre
y esposa y viuda de los hombres
siempre recién preñada; parturienta
joven purísima, mi muerte.
Ya en la mañana de hoy, y ya engendrado
en la línea de fuego compartido,
pobreza enriquecida soy, humilde
cocimiento y azúcar humildísima
en jarro de alquiler acrisolada.
Y ella, que goza mi placer, me envuelve
en su almendra florida, y me asegura,
y ami placer me llevo por su gusto.
Aquí la joven reina en cinta;
su cabeza en mi brazo, y el sagrado
conocimiento de su cuerpo;
amoratadas piernas, dientes pálidos,
y el parto: la bandera y el guerrero,
con el pie vencedor, de la mañana.
Mientras un golpe de campanas
de pascua, a hendidos rumbos incorpora
su plumaje sonoro y enjoyado.
Porque reina la joven, la gozosa,
la embarazada siempre, la del ojo
salvaje: silla de oro, cetro
de hueso incandescente, mi señora.
Tito Monterroso, Andrés Henestrosa, Henrique González Casanova y Bonifaz con una mano en la cintura: el único sobreviviente.
“Me quitó la vista, que es lo fundamental; me quitó el oído, que puede remediarse a medias; me quitó las fuerzas de las piernas. Lo que quisiera es que la muerte ya no me quitara más cosas: que me matara de repente”
[1] “Siendo el sacrificio la forma de divinizar al hombre, al convertirlo en preservador del dios concediéndole así la eternidad de la vida, y considerando que la calavera era una forma de representar dicha eternidad, se explica que el rostro de Itzpapálotl se represente con la mandíbula descarnada; esto es, como partícipe de la calavera humana, relacionándola así con el sacrificio”. En Rubén BONIFAZ NUÑO, Cosmogonía antigua mexicana, p. 112
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