PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



lunes, 11 de noviembre de 2013

LA UNAM, MADRE ENAMORADA DE RUBÉN


LA UNAM,  MADRE ENAMORADA DE RUBÉN
(PARA LA PROFESORA AMPARO GAOS)
 
Con Beatriz de la Fuente

Siempre sabemos mucho de los grandes hombres gracias a las personas que los rodearon cercanamente, que estuvieron con ellos en su cotidiana labor. He dicho grandes hombres cómo el que nos reúne hoy aquí. Intuimos mucho de Cuauhtémoc gracias al conocimiento de su capitán y amigo el  Tlacaltehecatl Temilotzin. Qué hubiera sido de la labor fundadora de Benito Juárez sin Sebastian Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, José María Iglesias o Matías Romero.
Una forma de conocer a alguien es conociendo a las personas que lo rodearon, que compartieron sus afanes, batallas, victorias y derrotas. Tal es el caso que ahora tengo el enorme privilegio de estar a lado de una gran mujer, universitaria toda ella, que fue maestra, colaboradora, alumna y amiga del poeta que en esta ocasión nos reúne. Múltiples fueron las figuras femeninas que protegieron con su esfuerzo, como un aura, las labores de Rubén Bonifaz Nuño: primero su madre Sara Nuño Scott, su hermanita Alma Bonifaz Nuño, sus maestras de primera enseñanza, sus compañeras de enseñanza secundaria, sus múltiples amores. Sus grandes amigas y colaboradoras: Amparo Gaos, Clementina Díaz y de Ovando, Beatriz de la Fuente, Ángela Gurría, Paloma Guardia Montoya, Lilian Álvarez. Han sido muchas, tantas que siempre hubo mujeres que hicieron de la labor de Bonifaz un parto de arte y trabajos de exaltación de lo humano.

Con Paloma Guardia
 
     Estoy seguro de que don Rubén podría haber dicho este poema a todas y cada una de las mujeres que lo fecundaron, incluyendo a su otra madre, la Universidad:
 
El trabajo de amarte
como tú debes ser amada,
es el trabajo solamente mío. 
 
Desde hace mucho tiempo,
cuando de niño, frente al miedo oscuro
de las noches, buscaba
una luz que se abriera
por encima de mí, que me mostrara
las riquezas colmadas del humano
calor; cuando sentía que las cosas
encerraban secretos que una mano
podría descubrirme,
me preparaba para amarte. 
 
Y mis enfermedades, mi desdicha,
mi soledad que nada
conseguía quitar, ¿qué cosa fueron
si no lecciones duras
de amor, que me obligaban a buscarte? 
 
 Cuando sentí que estaba solo
supe que tú existías. 
 
Supe de ti también por la segura
presencia dulce de mi madre. 
 
Mis pasos, los primeros,
sin que nadie pudiera sospecharlo,
me llevaban a ti. Cada palabra
que mi boca aprendía,
me preparaba a pronunciar tu nombre. 
 
Cuando jugaba estando solo
jugaba a estar contigo. 
 
Detrás de cada gozo conseguido,
de cada sed saciada,
de cada esfuerzo pleno,
estabas esperándome tranquila. 
 
Ya ves por qué te quiero bien ahora;
mi amor no es cosa nueva.
Como a la muerte, irremisiblemente,
desde el nacer te estaba destinado.
 
 

Con Amparo Gaos


Amparo Gaos ha sido un testigo y cómplice de la alquimia verbal que Bonifaz ejercía en sus traducciones grecolatinas. Rubén Bonifaz Nuño no fue un teórico de la poesía: fue un hacedor de la poesía y las mujeres lo han llevado a esa acción. Como dijo Paul Valéry, “Ni con toda la técnica del mundo se hace un poeta. Sólo el hacer lo hace… ”.
¡Ah! Ahora cuántas mujeres que lo conocieron se sienten viudas. La UNAM viuda. Cuántos hombres que supimos de su existencia nos sentimos hundidos en la sensación de que nos falta una certeza en este mundo: cúmulo de falsedades. Nosotros, simples hombres sin la fuerza fecundadora de la mujer. Hombres que pensábamos y bien pudimos dedicar para él, para don Rubén, ese poema suyo y luego nuestro:

 

Como ya nada puedo

imaginar por mí —claro, entre luces

estoy viviendo, y el amor me agobia,

me emborracha, me enferma—,

quiero decir tan solamente

lo que nos has enseñado, los secretos

que en nosotros vas alumbrando,

las pequeñas verdades que levantas

sobre nuestro viejo tiempo de ceniza.

 

Por ejemplo, de golpe nos enseñaste

que hay muchas cosas nuestras en el mundo;

que somos ricos. Que tenemos en todas partes

lugares que, por ti, nos pertenecen;

lugares, fechas, luces, que hemos tomado

sencillamente, porque en ellos

hemos pasado contigo, [con tus poemas]

y en ellos te has quedado para siempre. 

 

Nunca pensamos que hubiera tanta parte

de nuestra ternura en cosas, en momentos

que están y pasan cerca, a todas horas. 

Hoy, por ti, nos conmueven

las canciones de amor de un limosnero

que canta en el camión al que hemos subido,

y son tesoros nuestros incomprables

un cabello robado, un recordado

perfume, unas palabras, un pañuelo

con pintura de labios. 

 

Nos has enseñado que somos jóvenes;

que podemos, sin temor, verte a los ojos

o besarlas delante de las gentes. 

 

Nos tenemos que reír con toda el alma

cuando recordamos nuestra tristeza.

Hoy lo sabemos: somos alegres.

Nos contentan el ruido y el silencio,

las noches nos contentan y los días,

la voz, el cuerpo, el alma, nos contentan. 

 

Cuando nos hemos despedido

de ti [de tus poemas], después de un día de tenerte,

y caminamos de gusto por las calles,

ay, Rubén, cómo compadecemos

a los que tú no amas, que no saben. [Que no te conocen]

Y nos dan ganas de abrazarlos

a todos, de gritarles que la vida

es buena; que tú vives, que debemos

obligatoriamente ser felices.

O de echarnos en el suelo, boca arriba

con los ojos cerrados,

y cuando alguno llegue a preguntarnos

si algo nos pasa, contestar: “Es sólo

que somos felices porque lo queremos.” 

 

Y tú, que tanto tiempo nos ocultaste

lo que éramos nosotros, al sentirnos

pensarás que somos buenos o que estamos locos,

y desde cerca o desde lejos

nos mirarás complacido,

y sonreirás tendiéndonos la mano. 

 

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Lecciones de heroísmo, de resistencia ante la vida y sus adversidades nos regalaste en tus poemas. Ansia de vivir agotando todos nuestros sentidos y necesidades. Porque ¿qué otro lugar podría ocupar la poesía en este nuestro país de gesticuladores? Donde hasta los héroes de nuestros niños y adolescentes se desbaratan con el viento. Sabemos que cuanto más avanza la tecnología, más atrás se queda la poesía.

Pero con Bonifaz cumple su humilde y salvadora labor de ropavejero desprestigiado. Nos inspira heroicidad: la más real y sin rodeos. Nos da el valor de resistir la cotidianidad vulgar que nos asfixia con sus injusticias. Y a veces nos permite vestirnos de lujo y decir de memoria, de vez en cuando, un verso suyo (ya nuestro) como “con sombrero ajeno”, y lograr que alguna mujer voltee a vernos.
Y así, leer sus poemas, sus ensayos, sus fascinantes páginas VII de sus estudios introductorios, a sus traducciones grecolatinas, nos hace más reales, más mujeres y más hombres:

…Tú, compañero, cómplice que llevo

dentro de todos, junto a mí, lo sabes.

Hermano de trabajos que caminas

en hombres y mujeres, apretado

como la carne contra el hueso,

y vives, sudas y alborotas

en mí y conmigo y para mí y contigo.

 
Profesora, díganos ¿cómo se camina ahora por Ciudad Universitaria, cómo se contempla el florecimiento de las jacarandas y sus nubes y sus piedras que asemejan enormes boñigas de fertilidad? Cómo se le hace, después de haber trabajado y estudiado con él. Y fecundado al ser que fue la culminación más excelsa, el máximo hijo de la UNAM en el siglo XX. De esa mujer que pare y nutre: feminidad máxima que es esta Universidad. Madre enamorada de su hijo Rubén. Hijo que como el poeta César Vallejo (otro predilecto de Bonifaz) le dice:

 

EL BUEN SENTIDO

“[…]
La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tánto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.
Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!
Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.
—Hijo, ¡cómo estás viejo!
Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me haya envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo! Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:
[…]

La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos”.

César Vallejo, de Poemas en prosa.

 

Sirva este poema de César Vallejo de consuelo a la Universidad que perdió a su más grande hijo. Madre fecunda fecundada por grandes hombres y mujeres como los que hoy se reúnen aquí: Rubén Bonifaz Nuño y la gran profesora Amparo Gaos.

 Muchas gracias, CAM.