RBN en 1954, a sus 31 años
En 1954, Rubén Bonifaz Nuño escribió
una serie de ocho poemas que tituló Cuaderno
de agosto. Y agosto es el octavo mes de un recorrido de lucha oprobiosa por
vivir la propia vida. Estamos aquí y parece que todos nuestros actos suceden en
estados alterados de conciencia. En el insomnio que prolonga las
incertidumbres. En el sueño donde nos vemos hacer cosas que no queremos. En la
ebriedad que nos convierte en lo que odiamos. En el dolor que nos hace
insoportable el cuerpo. En el deseo que
nos hace repugnar la belleza. Pese a todo estamos como está el mar inmenso e
ignorante de la vida que bulle en su interior.
Cuaderno de agosto
I
Imagino cómo será tu mano
cerca de una espina, en el contorno
de un tallo, debajo de un nudo abierto
de pétalos mansos. Lenta y morena,
suave de torpeza tímida.
Un ángel
aterrado sientes a tus espaldas:
toda la locura, todo el insomnio,
la gozada angustia de andar dormida.
Tú y la rosa; el alba que cortaste
con el miedo oscuro de no estar sola.
2
Esto es lo que puedes hacer: dejarte
conducir, cerrar los ojos.
Callando,
inmóvil, acaso puedas decirte,
en voz muy baja,
que eres; que tienes hombros
para soportar lo intolerable.
Algo nos mantiene atados, nos lleva;
nos enseña todo lo que somos:
habla en nuestra boca, con nuestros pasos
nos traslada, besa con nuestra boca.
y detrás estamos nosotros mismos
llenos de un terror que no entendemos.
Así por las noches he sentido
llegar los fantasmas, en un soplo
que come los ojos tristes del sueño.
He sido la copa del miedo. A oscuras
me probaron siempre lo inútil
de las oraciones y las sábanas.
Y he gritado ciegamente, he gritado
para despertar estando despierto.
3
Se exprimen, se pisan las uvas, dejan
escurrir un río trémulo y claro.
Y un demonio verde se instala
detrás de la piel; algo que nace
habla, se retuerce, canta, golpea
y acaba llorando a gritos.
Mi cuerpo no es más que una casa inútil
llena con un huésped que no deseo.
La espuma fermenta y hierve, se aclara,
y un vaho punzante de azúcar vieja
trastorna los ojos, la voz, el vientre.
y no hay más remedio que dormirse
absolutamente borracho,
con un gozo análogo al que anuncia
las enfermedades y los otoños
y el amor amargo que nos invade.
4
La llaga. La llaga. La llaga.
Piel, sudor y pelo pegados.
Y todo se queda trunco: el camino,
la carrera, el viento. De pronto llega
un instante mudo.
El viento.
Y un olor de sal mojada y caliente
se aprieta con furia en las narices.
Y la perseguida bestia se encoge
y mira temblando un cerco de dientes
y manos y perros sangrientos
y la inconmovible forma densa
de un círculo de hombres a caballo.
Abriéndose, vuela un grito afilado
de mujer. Los árboles son trompos.
Todo en lumbre, ardiendo.
Un cuchillo
como una paloma clara en el aire.
5
Como si tuviera la boca llena
de cobre, y los ojos ensangrentados;
cubierto de pájaros rojos,
de plumas ardientes, de irremediables
alas que no vuelan y que duelen.
En la sangre impura, la fiebre
con santo misterio se construye:
como en un panal absurdo, habitado
de abejas y moscas al mismo tiempo.
Camino por bosques blandos, confusos
como las plegarias de un loco; he visto
cuellos estirados, ojos dulces
debajo de enormes párpados, huellas
encima de cálidas semillas.
Pensaba en los patios abiertos,
y en agua de fuentes y en granadas.
6
Hacer un poema de amor: hablarte
como si estrechara tu cuerpo
con un cinturón de llamas quietas.
(Es posible, acaso, que se logre
una relación segura y tranquila
como el solo gesto de un saludo.
Algo más que tú y que yo; o simplemente
nosotros —los mismos— con otros ojos
nuevos, con distintos brazos,
seremos capaces de admitirlo.)
Las palabras saben hacer extraños
juegos. Ellas solas dicen. Nosotros
somos la guitarra que alguien toca.
Cuando yo te digo: “te amo”, es cierto
que te amo.
Pero no es verdad que yo te lo digo.
7
Siento que es injusto; que por nada
merecemos esto que nos sucede.
Si tan sólo un cambio en el año, sólo
unos cuantos grados de fiebre, un paso
del amor, un trago solo de vino,
una pesadilla, nos acosan,
nos conducen. Sordos estamos, ciegos.
Así nos sabemos: manejados
quién sabe por quién y desde dónde.
Si hasta en lo más simple, en el instante
de asir una rosa y cortarla, hay algo
que interviene, hay algo que ocupa
nuestro sitio, y hace lo que nosotros
jamás nos hubiéramos propuesto.
Díme, si lo sabes: ¿era tuyo
el dolor que usaba tu cara triste
en aquel retrato? Diez y siete
años me dijiste que tenías.
8
Que llegue la vida. Que consigamos
ver. Que la mirada inerme se tienda
sobre algún lugar a solas
poblado de imágenes familiares.
y algo nos devuelva impensadamente
todas nuestras cosas perdidas.
Como en un ropero viejo, o en una
roca sobre el mar, o en un aroma,
encontrar un rostro olvidado
y reconocerlo. Y es el nuestro.
Dentro de la palma de una mano
acontecen muchas cosas sombrías.
Todos hemos visto una tarde,
por ejemplo; oímos que se deshace
una rosa; estamos atentos.
Pero todo un mundo de experiencias
transcurre pausadamente en nosotros:
respiramos, vemos,
comemos, sufrimos a veces,
y nada nos queda, y hemos pasado.
No es bueno saber que morimos.
Sin embargo el mar existe, los muertos,
las despedazadas olas roncas.
Tal vez se levante en alguna parte
el mar que veremos algún día.
RBN, 1954.
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