PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



miércoles, 3 de agosto de 2011

Ricardo Martínez

Una de las obras pictóricas más constantes y originales del siglo XX en México, es la de Ricardo Martínez. No así su difusión y valoración por un público dominado por el prejuicio que dicta que el arte (sobre todo el pictórico) es tan valioso como lo digan los mercachifles que lo venden igual que un lenón vende a una quinceañera. Y catapultan el arte tan alto como lo permita su presencia en los medios y subastas: “Vende la que más enseña”.


                               Ricardo Martínez en 1965


El texto más lúcido que se ha escrito sobre la obra de Ricardo Martínez es de Rubén Bonifaz Nuño, y habría servido como “acto preparatorio” a los visitantes a su exposición. Los pondría en trance de lo ordinario a lo profundo de la cotidianeidad: se limpia la mirada. El libro ni siquiera se cuenta entre los tres o cuatro que están en una mesa como publicaciones sobre el pintor.




Aquí reproduzco algunos fragmentos del ensayo (me disculpo por lo pésimo de las imágenes: es mejor que acudan a conocerlas).

<<Quien se halle frente a la obra presente de Martínez, ha de pensar por fuerza, asimismo, en los larguísimos años de fervor que se necesitaron para que el pintor lograra esta poderosa maestría y esta grandeza simple, entre la cual uno percibe guarecido y maravillado, como entre montañas. Fueron muchos, en efecto, y por ello pudieron crear sólidos y profundos cimientos, suficientes a soportar estructura tan grave.




[…] en Las raíces del valle, cuadro del cual a mi ver, arranca la completa madurez de Martínez, se mira en majestuoso comienzo la manifestación del sentimiento de las leyes sosegadas de la verdad: el rostro espeso del hombre se cierra serenamente sobre sí mismo, como un animal que despierta, y una corriente de nostalgia tiene su fuente en aquellos ojos y aquella boca, y se derrama sobre los hombros que la reciben y la desvían y la hacen desembocar en una mano que señala un camino inefable.


                                                             Las raíces del valle. 1946


[…] Esos cuatro temas: la conformidad de lo humano y lo cósmico, la derrota consciente de la muerte, el cumplimiento del amor, y la comunidad de los hombres en su realidad única, componen la médula del sistema pictórico de Martínez. El sistema, considerado como un todo, gira alrededor de la mujer, y está se construye, invariable y eterna, alrededor de la cegadora luz central de su vientre.




Por lo demás, si se tratara de comprender los caminos por los cuales se desenvolvió el progreso de esta obra, y si se simplificaran las direcciones de esos caminos hasta donde es posible hacerlo. Se encontraría que fueron dos en principio.
Por una parte, Martínez exploró pacientemente en las sombras; excavó en la confusión de lo que no había sido comenzado, rastreando la fuente de luz; hasta que la encontró, e hizo que la luz saltara de lo profundo, pura como en el primer día del Génesis. La sorprendió en su origen mismo, como en ese primer día, antes que fuera sometida a la servidumbre del sol y la luna y las luminarias menores. Y así la pintó, en el asombró naciente de su creación.



Conquistada –descubierta, recreada- la luz, lo demás vino casi de suyo, con la facilidad que consentía un instrumental capaz de la ejecución soberana. La luz engendró el color, y el color dio nacimiento a la forma, y la forma iluminada entró irremisiblemente en la corriente infatigable del movimiento, que es la vida.
Entonces  las grandes superficies estáticas de la pintura de Martínez, agitadas por el asalto luminoso, se volvieron móviles infinitamente, como la frente en llamas del mar.




La inmovilidad de los amplios gestos quedó, de esa manera, en equilibrio con la movilidad de incendio que los recubre; la sombra fue balanceada por la luz sin tregua; y movimiento y quietud y luz y sombra, con toda la mole de significaciones contrarias que con ellos acarrean, se conciliaron en una sola entidad, indivisible ya.




Y así comenzaron a surgir todas esas solemnes y misteriosas imágenes humanas, que se fueron serenando en su fuerza, y esos rostros que adquirieron conocimiento y profundidad en el mirar hacia dentro y hacia fuera>>.

   Rubén Bonifaz Nuño, en  Ricardo Martínez, UNAM, 1965.

Ricardo Martínez en el Museo de la Ciudad de México: julio / octubre de 2011. En-Pino Suárez (viendo a la Catedral) 30, Centro Histórico.



                                         Epílogo






Este cuadro comparte los perros con la portada de Los demonios y los días de 1956.





 Asemeja a la fotografía de  Josef Koudelka:


que también ilustra la portada de un libro de poemas: El perro de Koudelka de Julio Trujillo:



Los perros de "hocicos arremangados", de "espinazo encorvado", que se lamen sus heridas y toda la gestualidad canina, son imágenes muy presentes en la poesía de Rubén Bonifaz Nuño. Algún día habrá que hablar más de esto y su relación con el clown.

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