PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



martes, 5 de julio de 2011

PARA REJUVENECER EL MITO

Que tu inmortalidad se edifique sobre mi ruina. Es lo que parece decir el poeta a la amada; una amada que es vampiro: absorbe el amor del poeta para que la proteja del verdadero  monstruo que es el tiempo. Y a cambio le da la eternidad de un solo instante y la limosna que es guardarlo en su memoria:



Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo. 

Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre. 

No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, perjuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera. 

Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces. 

Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro. 

Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames; recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano. 

Rubén Bonifaz Nuño, en El manto y la  corona, 1958.


FOTO: Magda Montoya. A quien dedicó Los demonios y los días. Bailarina, un poco mayor que él y de quien estuvo enamorado (y mal correspondido). Quizá Bonifaz también le habría deseado el don de la eterna belleza.


Es la poesía de Bonifaz una nebulosa que contiene materia primordial de las necesidades del alma. No aborda el mito de forma directa. Actúa a la inversa: habla de los motivos y signos del espíritu que fundan el mito. Actúa con el mito de la misma manera que con la poesía social:

“Intervino mucho en él [Los demonios y los días, 1956] mi amistad con Manuel Scorza. Él pensaba que se debía hacer poesía social y escribía poemas denunciando las miserias y las injusticias en América Latina. Era, por entonces, un ser fundamentalmente político. Me convenció la idea, pero como sólo he visto la política como testigo traté de encontrar el sentido social  de la poesía por otra vertiente. Hablé de la miseria y la injusticia pero de una manera más próxima y más simple: un aguacero cayendo sobre gente sin ropa o sin paraguas, por ejemplo, podía ilustrar mejor esta situación que el denuesto contra un tiranuelo centroamericano”. RBN.


En el poema de Bonifaz esta la acción y los efectos del sacrificio voluntario y el retrato en movimiento de la mujer-dios a la que se le pide y se le entrega la posibilidad de ser ella nuestro otro. En el poema de Vicente Quirarte está la advertencia de las consecuencias de esa dádiva, y lo hace mediante la alusión directa del mito:


Para qué perseguirlo,
clavarle una estaca de madera,
condenar de antemano su apetito,
lamentar su presencia en nuestra vida:
el Vampiro no pasa
si nosotros no abrimos la ventana.

Escucha su canción
no sólo desde el páramo o el bosque:
en el agua turquesa de los trópicos,
en los cuartos de hoteles,
en la tela de loro del mercado,
dondequiera que el hombre reconoce
el brillo de otro cuerpo  y necesita
el marfil del Vampiro en su garganta.

Inocente, el Vampiro:
le decimos que es cruel cuando nos hiere,
e invocamos a Dios cuando el diluvio
que nuestra propia sangre ha conjurado
mantiene a la deriva hasta los muebles,
a pesar de las leyes y de Newton.

El Vampiro es tan bello
que el azogue se niega a reflejarlo.
Si su sombra te alcanza,
olvidarán tu nombre los espejos,
pero hallarás un eco en la hermosura
de quien has elegido como doble.

Quisiera amar la luz pero ya sabe
que el amor sabe a sombra perseguida,
al vahído final de los ahorcados,
a todo lo que termina en arrebato.

Ábrele tu ventana.

Cuando pruebes su vino,
sentirás que la vida se prolonga
y el agua de sus copas es de vidrio.
Acepta sus mentiras:
nunca estarás más vivo que en sus brazos.

Vicente Quitarte, en El Ángel es Vampiro, 1991.



Ambos poemas rejuvenecen el mito y nos muestran lo reales que pueden ser los monstruos: los nuestros, los de otros, los que construimos en los otros y que a veces hasta ambicionamos.





FOTO:  También estuvo enamorado de Lucía Méndez, también le dedicó un libro, támbien, quizá, deseó para ella el don de la belleza eterna. Pero ella lo ha hechado a perder todo, y su condición vampírica, ahora, es más que evidente:







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