PRESENTACIÓN

"--¿Cuál es la función del poeta en cualquier sociedad, Rubén?
--Es un poco como… como un ropavejero desprestigiado. Qué es lo que hace el poeta: de repente en un día de mal humor, o de buen humor, se pone junto a su máquina de escribir y dice lo que le pasa. Y cuál es su esperanza: que eso mismo le pueda pasar a los demás. Entonces, lo que está haciendo es crear un conjunto de harapos para que los pobres puedan ponérselos alguna vez y sentirse un poco menos pobres. Eso podría decir".

Rubén Bonifaz Nuño.



miércoles, 1 de agosto de 2012

CUADERNO DE AGOSTO


RBN en 1954, a sus 31 años

En 1954, Rubén Bonifaz Nuño escribió una serie de ocho poemas que tituló Cuaderno de agosto. Y agosto es el octavo mes de un recorrido de lucha oprobiosa por vivir la propia vida. Estamos aquí y parece que todos nuestros actos suceden en estados alterados de conciencia. En el insomnio que prolonga las incertidumbres. En el sueño donde nos vemos hacer cosas que no queremos. En la ebriedad que nos convierte en lo que odiamos. En el dolor que nos hace insoportable el cuerpo.  En el deseo que nos hace repugnar la belleza. Pese a todo estamos como está el mar inmenso e ignorante de la vida que bulle en su interior.



Cuaderno de agosto

I

Imagino cómo será tu mano

cerca de una espina, en el contorno

de un tallo, debajo de un nudo abierto

de pétalos mansos. Lenta y morena,

suave de torpeza tímida.



                        Un ángel

aterrado sientes a tus espaldas:

toda la locura, todo el insomnio,

la gozada angustia de andar dormida.



Tú y la rosa; el alba que cortaste

con el miedo oscuro de no estar sola.



2



Esto es lo que puedes hacer: dejarte

conducir, cerrar los ojos.



                     Callando,

inmóvil, acaso puedas decirte,

en voz muy baja,

que eres; que tienes hombros

para soportar lo intolerable.



Algo nos mantiene atados, nos lleva;

nos enseña todo lo que somos:

habla en nuestra boca, con nuestros pasos

nos traslada, besa con nuestra boca.

y detrás estamos nosotros mismos

llenos de un terror que no entendemos.



Así por las noches he sentido

llegar los fantasmas, en un soplo

que come los ojos tristes del sueño.

He sido la copa del miedo. A oscuras

me probaron siempre lo inútil

de las oraciones y las sábanas.



Y he gritado ciegamente, he gritado

para despertar estando despierto.



3



Se exprimen, se pisan las uvas, dejan

escurrir un río trémulo y claro.



Y un demonio verde se instala

detrás de la piel; algo que nace

habla, se retuerce, canta, golpea

y acaba llorando a gritos.

Mi cuerpo no es más que una casa inútil

llena con un huésped que no deseo.



La espuma fermenta y hierve, se aclara,

y un vaho punzante de azúcar vieja

trastorna los ojos, la voz, el vientre.



y no hay más remedio que dormirse

absolutamente borracho,

con un gozo análogo al que anuncia

las enfermedades y los otoños

y el amor amargo que nos invade.



4



La llaga. La llaga. La llaga.

Piel, sudor y pelo pegados.

Y todo se queda trunco: el camino,

la carrera, el viento. De pronto llega

un instante mudo.

                  El viento.

Y un olor de sal mojada y caliente

se aprieta con furia en las narices.







Y la perseguida bestia se encoge

y mira temblando un cerco de dientes

y manos y perros sangrientos

y la inconmovible forma densa

de un círculo de hombres a caballo.



Abriéndose, vuela un grito afilado

de mujer. Los árboles son trompos.

Todo en lumbre, ardiendo.

                           Un cuchillo

como una paloma clara en el aire.





5



Como si tuviera la boca llena

de cobre, y los ojos ensangrentados;

cubierto de pájaros rojos,

de plumas ardientes, de irremediables

alas que no vuelan y que duelen.

En la sangre impura, la fiebre

con santo misterio se construye:

como en un panal absurdo, habitado

de abejas y moscas al mismo tiempo.



Camino por bosques blandos, confusos

como las plegarias de un loco; he visto

cuellos estirados, ojos dulces

debajo de enormes párpados, huellas

encima de cálidas semillas.



Pensaba en los patios abiertos,

y en agua de fuentes y en granadas.



6



Hacer un poema de amor: hablarte

como si estrechara tu cuerpo

con un cinturón de llamas quietas.



(Es posible, acaso, que se logre

una relación segura y tranquila

como el solo gesto de un saludo.



Algo más que tú y que yo; o simplemente

nosotros —los mismos— con otros ojos

nuevos, con distintos brazos,

seremos capaces de admitirlo.)



Las palabras saben hacer extraños

juegos. Ellas solas dicen. Nosotros

somos la guitarra que alguien toca.



Cuando yo te digo: “te amo”, es cierto

que te amo.

Pero no es verdad que yo te lo digo.



7



Siento que es injusto; que por nada

merecemos esto que nos sucede.



Si tan sólo un cambio en el año, sólo

unos cuantos grados de fiebre, un paso

del amor, un trago solo de vino,

una pesadilla, nos acosan,

nos conducen. Sordos estamos, ciegos.



Así nos sabemos: manejados

quién sabe por quién y desde dónde.



Si hasta en lo más simple, en el instante

de asir una rosa y cortarla, hay algo

que interviene, hay algo que ocupa

nuestro sitio, y hace lo que nosotros

jamás nos hubiéramos propuesto.



Díme, si lo sabes: ¿era tuyo

el dolor que usaba tu cara triste

en aquel retrato? Diez y siete

años me dijiste que tenías.



8



Que llegue la vida. Que consigamos

ver. Que la mirada inerme se tienda

sobre algún lugar a solas

poblado de imágenes familiares.

y algo nos devuelva impensadamente

todas nuestras cosas perdidas.

Como en un ropero viejo, o en una

roca sobre el mar, o en un aroma,

encontrar un rostro olvidado

y reconocerlo. Y es el nuestro.



Dentro de la palma de una mano

acontecen muchas cosas sombrías.

Todos hemos visto una tarde,

por ejemplo; oímos que se deshace

una rosa; estamos atentos.

Pero todo un mundo de experiencias

transcurre pausadamente en nosotros:

respiramos, vemos,

comemos, sufrimos a veces,

y nada nos queda, y hemos pasado.

No es bueno saber que morimos.



Sin embargo el mar existe, los muertos,

las despedazadas olas roncas.

Tal vez se levante en alguna parte

el mar que veremos algún día.



RBN, 1954.

lunes, 18 de junio de 2012

CHICO BUARQUE: 68 AÑOS




Chico Buarque cumple hoy 68 años. Es uno de los artistas latinoamericanos más polifacético: es músico, poeta, narrador, dramaturgo  y cineasta. En toda su obra  hay una eficacia en el manejo de la imagen. Como buen sudamericano, inmerso en paisajes totales de selva, sabana, desierto o andes,  maneja el colorido de manera sucesiva. Es decir que cada objeto o sentimiento se mueve impulsado por su necesidad de iluminar o contrastar. Así sucede en esta formidable (en su justa acepción de la palabra) canción: Futuros Amantes.


Algo así dice:
Estaba con la guitarra y esa musiquita primero me trajo esta idea de la ciudad sumergida. Parecía que la melodía decía eso. Después apareció la idea de los escafandristas. Y después el amor, ese amor que queda suspendido, para siempre. Ese amor que quizá pueda ser aprovechado más tarde, que no se desperdicie. Que pase el tiempo: pasen así milenios  y de ese amor va a quedar algo y va a poder ser usado por otros, por otras personas. Un amor que no fue utilizado porque no fue correspondido. Y entonces queda en el aire, esperando que alguien lo tome y complete su función... de amor.
FUTUROS AMANTES
Năo se afobe, năo,
Que nada é pra já.
O amor năo tem pressa,
Ele pode esperar em silęncio
Num fundo de armario,
Na posta-restante,
Milęnios, milęnios
No ar.
E quem sabe, entăo
O Rio será
Alguma cidade submersa.
Os escafandristas virăo
Explorar sua casa,
Seu quarto, suas coisas
Sua alma, desvăos.
Sábios em văo
Tentarăo decifrar
O eco de antigas palabras,
Fragmentos de cartas, poemas
Mentiras, retratos,
Vestígios de estranha civilizaçăo.
Năo se afobe, năo,
Que nada é pra já.
Amores serăo sempre amáveis.
Futuros amantes, quiçá
Se amarăo sem saber
Com o amor que eu um dia
Deixei pra vocę.
FUTUROS AMANTES (en mi humilde traspaso)
No se apresure, no,
Que nada es para ya.

El amor no tiene prisa.
Él puede esperar en silencio
En el fondo de un armario,
En un apartado de correos,
Milenios, milenios
En el aire.

Y quién sabe. Entonces Rio será
Alguna ciudad sumergida.
Los escafandristas vendrán
a explorar su casa,
Su cuarto, sus cosas,
Su alma, el desván.

Sabios, en vano,
Intentarán descifrar
El eco de antiguas palabras,
Fragmentos de cartas, poemas,
Mentiras, retratos,
Vestigios de extrañas civilizaciones.

No se apresure, no
Que nada es para ya.
Amores serán siempre amables.
Futuros amantes quizás se amarán sin saber
del amor que yo un día  
dejé para ti.




domingo, 29 de abril de 2012

UN AÑO SIN ERNESTO SABATO



Hoy se cumple el primer año de la muerte de Ernesto Sabato. Murió en la madrugada del sábado 30 de abril de 2011, a los 99 años. Fue velado en un modesto salón de actos del Club Atlético Defensores de Santos Lugares y sepultado en el cementerio Jardín de Paz de Pilar.  Él lo pidió así: una modesta ceremonia privada en el Club donde acudía a jugar dominó con sus vecinos. Al final de la vida (y unas horas después de su muerte) de una de las conciencias latinoamericanas que más ahondó en el alma humana y sus contradicciones, su mejor homenaje no fueron las opiniones o cumplidos de instituciones culturales o gubernamentales. No, el mejor tributo de humildad y paz fue ser recordado como un buen vecino.

Aquí, el último capítulo de Abadón el Exterminador. El mismo predijo la paz que envolvería su último día en la pampa.  






VIAJE A CAPITÁN OLMOS, QUIZÁ EL ÚLTIMO  (fragmento)
Comenzó a marchar hacia la salida, viendo o entreviendo otros nombres de su infancia: Audiffred, Despuys, Murphy, Martelli. Hasta que de pronto vio con asombro una lápida que decía:


Ernesto Sabato

Quiso ser enterrado en esta tierra

con una sola palabra en su tumba

PAZ


Se apoyó en una pequeña verja y cerró sus ojos. Después, cuando volvió a abrirlos, con todo, salió del cementerio con un sentimiento que nada tenía de trágico: los fúnebres cipreses, el silencio de la noche que se avecinaba, el aire con tenues olores de pampa, esos sutiles y apagados ademanes de la infancia (como los de un viajero que se va para siempre y que desde la ventanilla del tren hace púdicas señales de despedida) le producían más bien esa sensación de melancólico reposo que se siente de niño cuando se pone la cabeza en el regazo de la madre, cerrando todavía los ojos llenos de lágrimas, después de haber sufrido una pesadilla. "Paz". Sí, seguramente era eso y quizá sólo eso lo que aquel hombre necesitaba, meditó. Pero por qué lo había visto enterrado en Capitán Olmos, en lugar de Rojas, su pueblo verdadero? Y qué significaba esa visión? Un deseo, una premonición, un amistoso recuerdo hacia su amigo? Pero cómo podía considerarse como amistoso imaginarlo muerto y enterrado? En cualquier caso, fuera como fuera, era paz lo que seguramente ansiaba y necesitaba, lo que necesita todo creador, alguien que ha nacido con la maldición de no resignarse a esta realidad que le ha tocado vivir; alguien para quien el universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto. Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar. Oh, hermano mío, pensó con palabras altisonantes, para púdicamente ironizar ante sí mismo su tristeza, que al menos intentaste lo que yo nunca tuve fuerzas para hacer, lo que en mí jamás pasó de abúlico proyecto, que trataste de lograr lo que aquel sufriente negro con su blues, en el sórdido cuartucho de una ciudad sucia y apocalíptica; cuánto te comprendo para querer verte enterrado, descansando en esta pampa que tanto añoraste, y para soñarte sobre tu lápida una pequeña palabra que al fin te preservase de tanto dolor y soledad! Sus pasos lo llevaron calladamente en la noche hacia su casa de la niñez, ahora de otros. Había luces, dentro. Quiénes eran aquellas gentes?


Es el alma un extraño en la tierra?

Adónde dirige sus pasos?

Es la voz lunar de la hermana a través de la noche sagrada

la que oye el peregrino

el sombrío

en su barca nocturna

en los estanques lunares

entre podridos ramajes, entre muros leprosos.

El delirante está muerto

se entierra al extraño.

Hermana de tempestuosa tristeza

mira!

Una barca angustiada naufraga

bajo las estrellas

el  rostro callado de la noche.


Porque no hay poesía festiva, alguien había dicho, pues quizá sólo del tiempo y delo irreparable puede hablar. Y también alguna vez se dijo (pero quién, cuándo?) que todo un día será pasado y olvidado y borrado: hasta los formidables muros y el gran foso que rodeaba a la inexpugnable fortaleza.

                                                                                               Ernesto Sabato






Amargo es perder un amigo,

o desde una esquina en la noche

mirar alejarse a la mujer que nos deja.

Pero se tolera bien, se soporta. 



Es horrible, es ávido sin remedio

el terror que asalta de repente

los huesos, congela nuestras entrañas,

cuando nos ocupa el pensamiento

de que han de morir, antes que nosotros,

aquellos que más hemos querido. 



Sus gestos, sus dulces ademanes,

la ternura suya, se van guardando

en alguna parte en que no hay olvido;

una vez saldrán, fatalmente,

vueltos ya gemidos mansos, heridas,

angustioso nudo que se desata

y que al desatarse nos anuda:

nos despierta inválidos para siempre

llenos del amor que no dimos. 



Cuidadosamente, sin darnos cuenta,

preparamos lágrimas a diario;

las acumulamos, las escondemos

en algún aljibe secretísimo,

para cuando llegue la hora del lloro

y el crujir de dientes, ante una sorda

presencia, en los bordes de un agujero. 



Cómo nos invade la sangre el ansia,

el anticipado remordimiento,

la estéril dureza de no haber dado

lo que era preciso que diéramos,

y que era tan poco: acaso

un silencio tímido que comprende,

un trozo de pan compartido. 



Algo lo bastante grande

para edificar una dicha,

y a la vez tan mínimo, tan desnudo,

que nada permita esperar en cambio.

              Rubén Bonifaz Nuño, en Los demonios y los días, 1956.

lunes, 19 de marzo de 2012

"PALABRAS PARA JULIA"


José Agustín Goytisolo
Un 19 de marzo de 1999 se suicidó el poeta José Agustín Goytisolo. Su infancia quedó marcada cuando su madre murió a causa de un bombardeo franquista en 1938. Él tenía 10 años y su madre dejó de llamarse Julia. Así llamó el poeta a su propia hija y le escribió “Palabras para Julia”. Goytisolo nos enseñó con su muerte que el poeta que se suicida es el único genocida justo.

Palabras para Julia

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre sólo, una mujer
así, tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre, siempre, acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
J.A.G.





domingo, 26 de febrero de 2012

LA LLAVE DE LA PRISIÓN

Dice Vicente Quirarte que un sabio escribió: “Cuando un pueblo cae en la esclavitud y conserva en ella una lengua propia, es como si tuviera la llave de la prisión”. También un pueblo que conserva y genera sus propias alegrías se vuelve libre por la gracia de la fraternidad. Eso demuestra las euforias del carnaval en estos días. De liberación nos cantan Chico y Rubén, respectivamente:







¿Y hemos de llorar porque algún día

sufriremos? Sobre los amantes

da vueltas el sol, y con sus brazos.

Amigos míos de un instante

que ya pasó, regocijémonos

entre risas y guirnaldas muertas.



Aquí las águilas, los tigres,

el corazón prestado; en préstamo

dados el gozo y la amargura;

la muerte, acaso para siempre,

por hacerte vivir; por alegrarte

tengo, entre huesos, triste el alma.



¿Y habremos de sufrir, entonces,

sólo porque un día lloraremos?

Giran los amantes libertados

con la noche en torno. Entre guirnaldas

de un instante, amigos, mientras dura

lo que tuvimos, alegrémonos.



 Rubén Bonifaz Nuño, en El ala del tigre, 1969.


                                              Rubén Bonifaz Nuño, alegre.




martes, 31 de enero de 2012

HUMANIDADES Y HUMANITARISMO




Todos podemos ser tiranos: es fácil y barato en sociedades donde prevalece la impunidad. Si como dicen que el hombre manda al perro, el perro manda al gato, el gato al ratón y el ratón manda a su cola; así también la crueldad se convierte en una cadena que comienza por los fuertes hasta los más débiles y desprotegidos. Casi siempre son, en ese orden, mujeres, niños y animales, y en estos últimos se ceban hasta los débiles. La crueldad animal ha existido siempre, pero ahora se agrava debido al exhibicionismo: a la posibilidad de mostrarla al mundo por medio de las redes de comunicación y con gran impunidad.

   Hace falta o sobra humanidad. Esto depende de la concepción que de humanismo se tenga: el occidental o el de las culturas originarias. Hay una confusión entre las acepciones de humanitarismo y humanidades. Oímos decir todo el tiempo: “Es una persona muy humanista: ayuda mucho a sus semejantes”. Cuando lo que se quiere decir es que ese individuo es humanitario. Aunque son conceptos diferentes uno lleva al otro; siempre y cuando el humanismo sea constructivo.

   Los textos siguientes nos mostraran el verdadero significado de los términos antes dichos. Y así sabremos si nos sobra o hace falta humanidad o sucede lo que dijo un poeta amigo mío “Escasea casi todo: abunda la escasez”.

                                                                                                                  CAM.









El humanismo prehispánico (Fragmento)

Por Rubén Bonifaz Nuño

Al hablar, en general de humanismo, se hace referencia a nociones que encierran valores indudables: realización del ideal del hombre, ideal de la plena realización del hombre en su perfección, consideración del hombre como finalidad de lo existente. Pero estas nociones contienen en sí, asimismo, gérmenes de corrupción capaces de guiar hacia magnos desatinos, la presencia de los cuales parece situarse en el origen de calamitosas situaciones que actualmente padecemos.

   En efecto, la idea occidental de humanismo, al considerar al hombre fin de lo existente, supone que el mundo está hecho para servir al hombre; éste, con esa conciencia, al saberse finalidad última de las cosas, se atribuye la facultad de servirse de ellas, de explotar la realidad en su propio provecho.

   La viciosa comprensión y aceptación cabal de tales ideas, viciosas ellas también acaso en su misma raíz, ha conducido a la humanidad  y su ámbito a las circunstancias lastimosas en que ahora se encuentran.

   Porque el hombre, al concebirse como él único ser digno de tomarse en cuenta,  se ha convertido en el supremo destructor, en algo como una plaga, amenaza máxima de cuanto se aquieta o se mueve en torno suyo.

   Si todo se hizo para servirlo, él se realiza a sí mismo mediante el aprovechamiento desaforado de las cosas, incluyendo entre estas no sólo a las demás especies vivientes, sino en muchas ocasiones a otros hombres, con tal que le sean diferentes en color o en estatura o creencias.

   La expresión “mata y come” de la Escritura, tomada en su literalidad más grosera, se hace ahora consigna para el hombre. Como si para formar o mantener su puesto natural hubiera de dar muerte y devorar a cuanto no es él mismo.

   Y mata así y consume y corrompe cosas y criaturas, igual que si ejerciera un deber monstruoso sin más término que el total acabamiento.

   Sirviéndose de todo, se encuentra ahora próximo al límite final. Porque la muerte causada a su alrededor lo cerca ya inminente, y el matar y el comer se le convierten en actos simultáneos, y él destruye el mundo para convertirlo en alimento de su indolencia, y llega a devorarse y matarse, en su ambición desconsiderada y en su pavorosa insania.

   Ahora bien: es indudable, a lo menos en el minúsculo planeta que habitamos, la función central del hombre como naturaleza privilegiada. Pero lo que hay que definir entre nosotros, ahora con mayor urgencia que nunca, dados sus posibles efectos, son la índole y los necesarios límites que han de fijarse a tal función.

   Con ese objeto, supuesto que somos por sangre y por cultura descendientes de las creaciones de dos formas de espíritu que se enfrentaron en un momento de la historia, nos sería conveniente considerar las concepciones que de lo humano hay en tales dos formas. En honda contradicción las dos, no sé si acaso estén llamadas a conciliarse.

   Esquematizando, podría decirse que en el concepto occidental del hombre y del mundo, éste está destinado a servir a aquél; corrompiendo un principio de posible verdad, ese concepto ha llevado al mundo occidental, del cual hoy formamos parte, a los casos de injusticia y pavorosa inseguridad en que estamos. El hombre, en el centro de las cosas hechas para servirlo, se convierte, a causa de sus debilidades, en una suerte de tragadero insaciable de todo; en busca de su comodidad, satisfaciendo las solicitudes de su pereza, emplea el mundo como instrumento de ésta, aparte de toda otra preocupación. Su dominio se transforma en tiranía que termina por volverse contra sí mismo y por condenarlo al aniquilamiento. En eso se ha convertido la herencia que nos ha llegado del humanismo clásico.

   Pero nosotros, por fortuna, contamos con otra herencia: la de los antepasados indígenas que poblaron este territorio, y allí meditaron y lucharon, hicieron su trabajo, ejercieron su vida.

   Del concepto que tuvieron del hombre y de su situación y relaciones con el mundo; esto es, de lo que con legitimidad pudiera llamarse humanismo, me toca hablar ahora. Para ello, he de recurrir a alguna parte de la muchedumbre de testimonios que de sus obras permanecen. Por una parte, textos escritos, recogidos por los mismos que vinieron a destruirlos: por aquellos que los sucedieron; por los vencidos mismos y sus descendientes, por los portadores de otra lengua y otra religión. Por otra parte, abundancia de objetos plásticos salvados del aniquilamiento y que, como las hierbas que desde abajo descuajan y rompen las piedras en las calzadas y los edificios de las ciudades despobladas, pugnan por sacar ahora a la luz la fuerza de sus verdaderos sentidos, a lo largo y lo ancho de la superficie que hoy llamamos Mesoamérica.

   Y en textos y formas plásticas encontraremos una concepción única y un mensaje que se ofrece a ser descifrarlo. En todos, en unos y en otras, se revela por todas partes la presencia humana central. En aquéllos, con el señalamiento de la historia y las virtudes del hombre; en éstas, con la reproducción multiplicada de su imagen en medio de atributos que en un sentido la superan y en otro requieren de ella. Y esta necesidad que lo que está alrededor de él tiene del hombre, expresada en letras y en formas, es lo que en esencia define la índole del que puede llamarse humanismo prehispánico. Porque el hombre, al comprender la necesidad que de él tiene el mundo, sabe que él está destinado a satisfacerla. Por tanto, sabe que el mundo no está a su servicio; que no es materia explotable, sino motivo de servicio, causa de trabajos solícitos, obligación de colaborar con cuanto considera que está por abajo y por encima de él.

   De esta suerte, el hombre no es tirano, sino sujeto; no es destructor sino edificador de las cosas. No hay límite en la vida humana para los deberes que impone ese servicio. Porque el mayor de ellos consiste en la donación de la misma vida para mantener la existencia universal.

   En resolución: si en la noción occidental el universo está hecho para servir al hombre, en la noción prehispánica el hombre se hizo para servir al universo.

   Esto, aparte de la conciencia que del valor del hombre supone, supone a la vez la conciencia del deber de la mayor humildad. El hombre no puede explotar al mundo; ha de ofrecerse al mundo en cuanto él es, en una actitud solidaria y paciente…

“El humanismo prehispánico” en El humanismo en México en la vísperas del siglo XXI, actas del congreso celebrado del 22 al 25 de abril de 1986, UNAM, México, 1987, pp. 41-55



 

<> Este sujeto practica, en una localidad española, el asesinato de gatos domésticos y lo llama caza deportiva






Fragmento de la Carta del Gran Jefe Seattle  de las tribus duwamish y suquamish, a l presidente de EEUU Franklin Pierce, en 1854.
Soy un hombre salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a un millar de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por un hombre blanco que los abatió desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin las bestias? Si todas fueran exterminadas, el espíritu del hombre también moriría de una gran soledad; porque lo que le ocurra a las bestias también le sucederá al hombre. Todo está unido.

 

                                       
                                     Gran Jefe Seattle al final de su vida

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra con la tierra también ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo está amarrado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, también ocurrirá a los hijos de la tierra.

 

                                  Joven guerrero delaware
   
  
 



A mitad del frío de febrero…


A mitad del frío de febrero,
con una esperanza de viento cálido,
me alcanzó un primer anuncio, un fantasma
de la primavera concupiscente.

Ya de nuevo todas las cosas
habrán de empezar a buscarse
unas a las otras. Vendrán las noches
breves, los latidos bajo la tierra,
y los vegetales brazos, y el agua.

Y también nosotros abriremos
esta soledad, porque nos duele,
y perseguiremos nuestra ventura
a golpes de ciegos enfurecidos.

Qué triste resulta que no sepamos,
solos entre todo, la palabra
capaz de acercar lo que no tenemos.

Es cierto: sin duda se progresa:
apenas se está empezando, y se pueden
armar infiernitos que en una sola
llama precipiten al otro mundo
cuatrocientos mil infelices;
encender lucientes, perfectas máquinas,
o quitar mejor las enfermedades.

¿Pero en dónde está lo que se ha ganado
para estar tranquilos, para vernos,
para conseguir nuestra compañía?

Incompletos somos, mutilados horribles
que nos deshacemos buscando a tientas,
en otros, los miembros que hemos perdido.

En espejos rotos nos reflejamos,
en mustias imágenes fragmentadas,
y por las rendijas del reflejo
escurre, se pierde trágicamente
nuestra vida más preciosa y despierta.

Y es para sentarse a llorar de envidia
ver en torno nuestro las piedras,
la tierra, las plantas, los animales,
armoniosamente se consuman,
se juntan tranquilamente, relucen
de tan firmes, cantan de tan seguros,
mientras nos quebramos nosotros.

Rubén Bonifaz Nuño, de Los demonios y los días, 1956.


Rubén Bonifaz Nuño con guajolotes (esperamos que no haya sido en vísperas navideñas)